jueves, 30 de octubre de 2014

SOBRE LA FALDA

LOS LANDE FORMABAN UNA BUENA FAMILIA: PAPÁ TOMÁS, MAMÁ CLARA, TOMASITO Y LOS MELLIZOS. UNA FAMILIA PARECIDA A CUALQUIER OTRA, AUNQUE DIFERENTE SÓLO POR UN PEQUEÑO DETALLE, POR UNA COSTUMBRE DISTINTA: A LOS LANDE LES GUSTABA SENTARSE UNO SOBRE LA FALDA DE OTRO ¡LES ENCANTABA! EN EL COMEDOR DE SU CASA NO TENÍAN MÁS QUE UNA HERMOSA SILLA DE MADERA. ¿PARA QUÉ MÁS? PAPÁ TOMÁS LA OCUPABA PARA DESAYUNAR, ALMORZAR, MERENDAR O CENAR Y SOBRE SU FALDA SE SENTABA MAMÁ CLARA SOBRE LA FALDA DE MAMÁ SE SENTABA TOMASITO SOBRE LA FALDA DE TOMASITO SE SENTABAN LOS MELLIZOS: PRIMERO JAVIER, DESPUÉS MÓNICA.
 ¡QUÉ DIVERTIDO ERA VERLOS PASÁNDOSE LOS PLATOS CON LA COMIDA! DE MÓNICA PARTÍAN BIEN SERVIDOS HACIA PAPÁ Y LOS DEMÁS, SIEMPRE EN ORDEN. DE PAPÁ TOMÁS VOLVÍAN VACÍOS HACIA MÓNICA. NO DEJABAN CAER NI SIQUIERA UNA MIGUITA. EN EL JARDÍN DE SU CASA NO HABÍA MÁS QUE UNA MECEDORA DE HIERRO FORJADO, BIEN REFORZADA, PARA SOPORTAR EL PESO DE LOS CINCO JUNTOS.
Y ALLÍ SE BALANCEABAN DURANTE LAS NOCHES DE VERANO, MIENTRAS PAPÁ, MAMÁ, TOMASITO Y JAVIER CANTABAN Y MÓNICA TOCABA LA GUITARRA. ASÍ, PUES, MIENTRAS ESTABAN EN SU CASA, NO TENÍAN NINGÚN INCONVENIENTE EN SENTARSE COMO SE LES ANTOJARA ¡PERO LA FAMILIA LANDE QUERÍA HACER LO MISMO EN TODAS PARTES! UNA TARDE FUERON AL CINE. PAPÁ TOMÁS COMPRÓ CINCO ENTRADAS ¡PERO OCUPARON SOLAMENTE UNA BUTACA! TAL COMO DE COSTUMBRE, SE SENTARON UNO SOBRE LA FALDA DEL OTRO Y LAS CUATRO BUTACAS RESTANTES LAS UTILIZARON PARA COLOCAR SUS ABRIGOS, SUS SOMBREROS Y SUS BUFANDAS.
 POR SUPUESTO, LAS PERSONAS QUE ESTABAN UBICADAS DETRÁS DE ELLOS COMENZARON A PROTESTAR: -¡NO PODEMOS VER LA PELÍCULA! -¡QUÉ SE SIENTEN SEPARADOS! -¡SOCORRO! ¡HAY CINCO LOCOS EN LA SALA! A LOS DOS MINUTOS, LA LINTERNA DEL ACOMODADOR ALUMBRABA A LA FAMILIA LANDE QUE –SIN HACER CASO A LOS GRITOS DE LA GENTE- CONTINUABA VIENDO LA CINTA TRANQUILAMENTE. EL ACOMODADOR –ASOMBRADÍSIMO- LOS INVITÓ A OCUPAR LAS CINCO BUTACAS O A RETIRARSE INMEDIATAMENTE. -¡NO, NO Y NO! ¡NO NOS SENTAREMOS SEPARADOS! –CHILLÓ MAMÁ CLARA. -¡YO HE PAGADO CINCO PLATEAS Y TENGO EL DERECHO A OCUPARLAS O NO! –AGREGÓ PAPÁ TOMÁS.
 -¡ASÍ ESTAMOS CÓMODOS! –ASEGURARON LOS MELLIZOS, MIENTRAS TOMASITO REZONGABA EN VOZ BAJA. PERO EL ACOMODADOR NO ATENDIÓ SUS RAZONES. LA FAMILIA LANDE ABANDONÓ EL CINE ENOJADA: -¿SENTARNOS SEPARADOS? ¡JAMÁS! CUANDO VIAJABAN EN COLECTIVO, EN ÓMNIBUS, EN SUBTERRÁNEO O EN TREN, SUCEDÍA LO MISMO. LA FAMILIA LANDE INSISTÍA EN OCUPAR UN SOLO ASIENTO, SENTÁNDOSE UNO SOBRE LA FALDA DEL OTRO. MÓNICA DEBÍA ENTONCES INCLINAR LA CABEZA PARA NO GOLPEARSE CONTRA EL TECHO DURANTE EL TRAYECTO.
-¡QUÉ MANÍA! –COMENTABA LA GENTE AL VERLOS-. ¡QUÉ CAPRICHOSOS! PERO A LOS LANDE NO LES PREOCUPABAN LAS HABLADURÍAS DE LA GENTE; ELLOS ERAN FELICES... UNA NOCHE, PAPÁ TOMÁS ANUNCIÓ A SU ESPOSA: -DEBEREMOS VIAJAR A EUROPA, CLARA. TENGO QUE IR A TRABAJAR ALLÍ DURANTE UN AÑO. -¡QUÉ SUERTE! –GRITÓ TOMASITO-. ¡VIAJAREMOS EN AVIÓN! -¡VIVA! ¡VIVA! –APLAUDIERON LOS MELLIZOS. Y ASÍ FUE. LA FAMILIA LANDE PREPARÓ LAS VALIJAS Y PARTIÓ RUMBO AL AEROPUERTO. EL GRAN PROBLEMA SE PRESENTÓ CUANDO –YA EN EL AVIÓN- INSISTIERON EN SENTARSE TODOS JUNTOS, COMO DE COSTUMBRE.
-DE NINGUNA MANERA, SEÑOR –LE EXPLICÓ LA AZAFATA A PAPÁ TOMÁS-. NO ES POSIBLE QUE VIAJEN TODOS SOBRE SU REGAZO. -DEBEN OCUPAR UN ASIENTO CADA UNO Y SUJETARSE CON LOS CINTURONES DE SEGURIDAD PARA EL DESPEGUE –AGREGÓ EL COMISARIO DE A BORDO, BASTANTE SORPRENDIDO. EL VUELO SE RETRASÓ UNA HORA; EL TIEMPO JUSTO PARA CONVENCER A LOS LANDE A QUE SE SEPARARAN. LOS DEMÁS PASAJEROS NO SABÍAN SI REÍRSE O INDIGNARSE CUANDO –FINALMENTE- MÓNICA BAJÓ DE LA MONTAÑA DE CARNE Y HUESOS, SEGUIDA POR JAVIER, TOMASITO Y MAMÁ CLARA.
EL AVIÓN DESPEGÓ, LLEVÁNDOLOS –POR PRIMERA VEZ- SENTADOS CADA UNO EN SU ASIENTO. AL PRINCIPIO NO CONVERSARON, NI MIRARON LAS NUBES, NI ACEPTARON LOS BOCADITOS QUE LES OFRECIÓ LA AZAFATA ¡TAN GRANDE ERA SU MALHUMOR! LOS MELLIZOS FUERON LOS PRIMEROS EN EXCLAMAR: -¡QUÉ CÓMODOS VIAJAMOS! ENTONCES, TOMASITO SE ANIMÓ Y DIJO: -ES CIERTO, PAPÁ. ¡QUÉ CONFORTABLE ES ESTE ASIENTO QUE OCUPO! Y MAMÁ CLARA AÑADIÓ BAJITO: -HACE AÑOS QUE NO ME SENTÍA TAN BIEN PERO PAPÁ TOMÁS NO LOS ESCUCHABA YA: RECLINADO EN SU SITIO, DORMÍA APACIBLEMENTE, CON LAS PIERNAS BIEN ESTIRADAS
 ASÍ FUE COMO LOS LANDE SE DIERON CUENTA QUE ERA MÁS CÓMODO, MUCHO MÁS CÓMODO, SENTARSE CADA UNO EN UNA SILLA Y FUERON ABANDONANDO –POQUITO A POCO- EL RARO HÁBITO DE OCUPAR TODOS JUNTOS LA MISMA SILLA. SIN EMBARGO, ME HAN CONTADO QUE –EN EL SECRETO DE SU CASA- SIGUEN SENTÁNDOSE –DE VEZ EN CUANDO- UNO SOBRE LA FALDA DEL OTRO ¡PERO MUY DE VEZ EN CUANDO!

LA FAMILIA DELASOGA

La familia Delasoga era muy unida. O, por lo menos muy atada. Juan Delasoga y María Delasoga se habían atado un día de primavera con una soguita blanca, larga, flexible, elástica y resistente. Y desde ese día no se habían vuelto a separar. Lo mismo había pasado con Juancho y con Marita, los hijos de Juan y María. En cuanto nacieron, los ataron. Con toda suavidad, pero con nudos. No es tan difícil de entender si uno lo piensa. Marita, por ejemplo, estaba atada a su mamá, a su papá y a su hermano: en total, tres soguitas blancas anudadas a la cintura. Y lo mismo pasaba con Juancho. Y con Juan. Y con María. Claro que no era fácil acomodar tanta soga; había peligro de galletas, de sacudidas, de tropezones. Pero con el tiempo se habían acostumbrado a moverse siempre con prudencia y a no alejarse nunca demasiado. Por ejemplo, cuando se sentaban a la mesa era más o menos así Y cuando se acostaban a dormir. Y cuando salín a pasear los domingos por la mañana. Los Delasoga eran expertos en ataduras. La soga con que se ataban no era una soga así nomás, de morondanga; era una espléndida soga, elástica y extensible. Así que cuando Juancho y Marita iban a la escuela, que quedaba a la vuelta, María podía quedarse en su casa haciendo la comida, casi como si tal cosa, salvo que la cintura le molestaba un poco porque la soguita estaba tensa…y tiraba. Lo mismo pasaba cuando Juan iba al taller que, por suerte, quedaba al lado. A la hora de la leche no era raro ver a María, a Marita y a Juancho mirando la televisión mientras tres sogas los tironeaban un poco hacia la calle, porque el papá todavía no había vuelto. De un modo o de otro, los Delasoga se las arreglaban. Aunque, claro, había cosas que no podía hacer. Por ejemplo: Juancho nunca había podido salir a dar una vuelta a la manzana con sus patines. Y eso era bastante grave porque Juancho tenía un par de patines relucientes con rueditas amarillas. Pero ¿qué soga podía aguantar una vuelta a la manzana en dos patines? A María le hubiese gustado visitar a su amiga Encarnación, la de Barracas. Pero ¡qué esperanza! No se había inventado todavía una soga tan resistente. Eso a María le daba un poco de pena porque era lindo charlar con Encarnación de tantas cosas. Y Juan también. A Juan le hubiera encantado ir a la cancha a cantar a lo loco un gol de Ferro. Pero no; no podía: la soga no daba para tanto. Y eso a Juan, muy en secreto le daba un poco de rabia. Y Marita, por no ser menos, también tenía sus ganas: ganas de pasear solita hasta el quiosco. Sola, no, ahí estaban las sogas, las tres soguitas blancas, flexibles y resistentes. Y así siempre. Por años. Cuando una soga se ponía vieja, deshilachada y roñosa, la cambiaban por otra nueva, blanca y flamante.Los Delasoga ya habían gastado más de quince rollos de soga de la buena, y habrían gastado muchísimos rollos más de no haber sido por la tijera brillante. Bueno, en realidad la tijera brillante siempre había estado allí, en el costurero, hundida entre botones y carreteles. Pero nunca había brillado tanto como esa tarde. En una de esas porque era una tarde de sol brillante como una tijera. Los Delasoga estaban, como siempre, atados. María cosía un pantalón gris y aburrido. Marita miraba cómo María cosía. Juancho miraba cómo miraba Marita a María que cosía. Juan miraba a Juancho mirar a Marita, que miraba a María, que cosía. Y la tijera brillaba. Cada tanto María la agarraba y –tristras­ cortaba la tela. Y, mientras cosía, miraba las soguitas enruladas en montoncitos blancos sobre el piso. En realidad María nunca había pensado mucho en las sogas. Ahora, de pronto, las miraba mejor, las miraba fijo, y se daba cuenta de que les tenía rabia. Entonces sucedió, por fin, lo que tenía que suceder de una vez por todas. María agarró la tijera y –tristras­ no cortó el pantalón gris; cortó la soga. Una soga cualquiera, la que tenía más cerca. Y después otra soga. La tercera y la cuarta las cortó Juan. Y Marita y Juancho cortaron una cada uno. Las soguitas cortadas se cayeron al piso y se quedaron quietas. ¡Pobrecitos Delasoga! No estaban acostumbrados a vivir desatados. Al principio se asustaron muchísimo y casi casi salen corriendo a comprar otro rollo. Pero después Juan dijo en voz baja: ­­Casi casi…me iría a la cancha de Ferro, que hoy juega con River. Y María dijo en voz alta: ­­Casi casi…me iría a visitar a Encarnación, la de Barracas. Y Juancho corrió a buscar los patines de las ruedas amarillas. Y Marita dijo chau y se fue al quiosco del andén a elegirse dos revistas. Esta vez los cuatro Delasoga pasaron cuatro tardes, todas distintas. Se volvieron a encontrar a la nochecita. Estaban cansados, porque no era fácil andar solos y para cualquier lado. Juan y María se abrazaron muy fuerte y se contaron cosas. Juancho contó, mientras se desataba los patines, que en el barrio tenía un amigo que se llamaba Bartola. Marita contó que, junto al quiosco del andén, siempre había campanillas azulas y geranios rojos. De la soga no hablaron más. ¿Para qué iba a hablar de sogas una gente tan unida?
 Graciela Montes